Los cambios en la composición y en el consumo de pasta base de cocaína, su incidencia en el cerebro, los abordajes terapéuticos y el encare interdisciplinario fueron temas del II Simposio sobre Cocaínas Fumables, organizado por el Observatorio Uruguayo de Drogas de la Junta Nacional de Drogas y el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, que se desarrolló el viernes en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, con un aula magna llena de técnicos de diferentes disciplinas.

Eleuterio Umpiérrez, docente de la Unidad de Medio Ambiente, Drogas y Dopping del Polo Tecnológico de Pando de la Facultad de Química, expuso sobre la composición de la pasta base de cocaína. En 2001 o 2002, cuando esta droga irrumpió fuerte en Uruguay, el grupo que integra Umpiérrez comenzó a tratar de caracterizarla, porque “se decían muchas cosas que no tenían fundamento científico”: “Empezamos a ver si tenía solventes, si era un sulfato, si era el residuo del clorhidrato, como decían los argentinos, que lo llamaban 'paco'. Vimos que no, que muchas de esas cosas que se decían y que aún figuran en internet como válidas no son ciertas. No es un sulfato, no es un residuo”, aclaró en diálogo con la diaria.

Los técnicos proponen hablar de cocaínas fumables en lugar de pasta base de cocaína. Umpiérrez puntualizó: “A nivel de los países productores de cocaína, la 'pasta' es una etapa intermedia de purificación en la que se hace una precipitación de la cocaína de la hoja a un formato de pasta, en la que se usa ácido sulfúrico. Ese formato no es fumable, porque si está como sulfato está como una sal y no es volatilizable. Tiene un proceso posterior de purificación, en el que se neutraliza y se convierte en una cocaína fumable. Con los años, hemos ido clarificando qué es cada cosa”. Uruguay comenzó a analizar la sustancia, y cuando lo hicieron Brasil y Argentina los investigadores encontraron que estaban hablando de lo mismo: “La diferencia era que ellos le llamaban 'crack', 'paco', pero cuando mirábamos la composición química, estábamos todos hablando de 'cocaínas fumables', que es el nuevo término que hemos acuñado”, puesto que “tiene una vía de administración en común y puede haber variaciones de pureza de contaminantes, regionales o particulares de un país, porque eso depende de las vías de distribución y de cómo las diluyan y adulteren”.

Sin embargo, tras diez años de analizar la composición, la droga vuelve a variar, como lo hizo este año; por eso Umpiérrez indica que es “una historia sin fin”.

Del análisis de las primeras dosis estudiadas -provenientes de incautaciones o aportadas por padres de consumidores- “surgía que era muy puro en cocaína y a veces tenía algún adulterante de los clásicos que se usaban para el clorhidrato de cocaína, tipo lidocaína, benzocaína”. “Con el tiempo esto fue cambiando y ahora estamos en la situación opuesta: las muestras que se están analizando tienen un bajo contenido de cocaína, con suerte de 20%, y tienen muchas otras cosas más, algunas que potencian o complementan el efecto estimulante de la cocaína y otras que aún no sabemos por qué están ahí”, agregó. Entre esas sustancias que se encuentran actualmente, mencionó la fenacetina, el levamizol y la aminopirina. El investigador explicó que para estirar la cocaína se usan otras sustancias, como talco o lactosa, y la pregunta ahora es qué se busca con la incorporación de estos tres principios activos: “¿Compiten, hacen de agonistas, hacen de antagonistas?”, interrogó, en referencia a cómo se relacionan con la cocaína.

Lo cierto es que lo que se está fumando hoy en Uruguay “tiene mucho menos cocaína de la que tenía” en 2001 o 2002. “Una muestra de este año contiene 20%, 22% de cada cosa, cuando antes era 80% de cocaína y 20% de otra cosa”. La combinación con la cafeína se detectó sistemáticamente en todas las muestras a partir de mediados de la década de 2000, transmitió. La cafeína es un estimulante, y por eso aumenta el efecto respecto de la cocaína sin cafeína, porque “las das sustancias apuntan al mismo lado”, subrayó. Uno de los motivos para esa asociación puede ser “que al consumidor le dé la sensación de que está consumiendo algo muy puro, cuando en verdad es algo diluido con algo menos caro”, sostuvo.

Todo se transforma

Rodolfo Ferrando, docente de Medicina Nuclear e Imagenología Molecular del Hospital de Clínicas de la Udelar, presentó investigaciones sobre “el efecto del consumo crónico de pasta base de cocaína sobre la función cerebral”. Explicó que “la base farmacológica de la adicción de los derivados de la cocaína está en un bloqueo de un receptor que se llama 'transportador de dopamina'”. Producto de ese bloqueo, “la dopamina queda perpetuada en la sinapsis, y las vías quedan activadas en forma permanente; de ahí proviene el efecto exitatorio de la droga”. “El tema es que una vez que ingresa dopamina de forma exógena, introduce una perpetuación de la dopamina intrasináptica. Eso lleva a que el cerebro reaccione”, y lo hace “disminuyendo la dopamina propia del organismo”. “De alguna manera, toma el comando del sistema de recompensa: ya ninguna sensación o ninguna recompensa habitual es para el individuo tan satisfactoria como la de la droga; todo lo demás queda de lado, y toda su vida se dirige a conseguir esa satisfacción, su cerebro está estructurado para buscar el consumo de droga como única forma de satisfacerse”, amplió.

Los estudios demuestran que los consumidores presentan alteraciones en la corteza prefrontal, que regula comportamientos del ser humano “desde la vida social, desde la capacidades cognitivas del individuo hasta una vida en sociedad saludable y adecuada”, y es además la que nos posibilita “razonar más a largo plazo, planificar”.

Las investigaciones detectaron que “después de 17 meses de abstinencia los efectos tienden a revertirse y algunas áreas del cerebro mejoran su funcionamiento”. Por eso aclaró que se habla “de trastorno de función cerebral y no de daño cerebral”. Las evaluaciones neurocognitivas han mostrado que las alteraciones están principalmente a nivel de memoria, función ejecutiva y atención. El docente subrayó: “El gran peligro no es tanto cómo va a quedar el cerebro después de consumir. El tema no es que la pasta base queme el cerebro y no haya solución; el tema es dejar de consumir pasta base: eso es lo que es tan difícil, porque los circuitos que se relacionan con la dependencia están muy fuertemente afectados”.

Ir a la raíz

El psiquiatra Juan Triaca y el psicólogo Miguel Silva, director y supervisor técnico del Portal Amarillo, dieron cuenta de algunos cambios en la población usuaria, pero principalmente defendieron el enfoque biopsicosocial y el abordaje intersciplinario.

Triaca subrayó que la expansión de la pasta base ocurrió en Uruguay en medio de una crisis, una fractura social que “favoreció y permitió que esto se extendiera como un reguero de pólvora”. Aclaró que los consumidores de pasta base nunca superaron el 1% de la población, aunque en determinados sectores la cifra podía llegar a 8%.

Silva sostuvo que “si queremos entender cómo funciona una adicción tenemos que incluir en el análisis por lo menos el funcionamiento de sus grupos humanos, es decir, cómo funciona una familia que produce consumidores problemáticos”, pero señaló además un tercer nivel, porque es necesario “entender cómo funciona una familia que produce adictos y cómo funciona un medio social que produce familias que producen adictos”.

Un cambio importante de la población usuaria del Portal Amarillo es el aumento de la edad promedio: en 2006 era de 23 años y hoy se sitúa entre 28 y 30 años; la media de quienes se atienden en otros centros está entre 26 y 28 años. En diálogo con la diaria explicaron que antes “eran gurises mucho más jóvenes, venían más familias urgidas, las madres diciendo 'no sé qué hacer', una cosa mucho más caótica. Hoy son pacientes más grandes, con más tiempo de consumo de varias sustancias -el policonsumo se mantiene-, pero hay más derivaciones técnicas, más derivaciones judiciales”.

Se produjo una disminución de la demanda clínica de usuarios de pasta base: en los primeros años del Portal Amarillo consumía esa droga 94% de los usuarios, y hoy 60%, aunque en eso también ha incidido que el propio centro se ha abierto a mostrar que se atienden otras adicciones. Más allá de que hoy la pasta base tiene menos cocaína, Triaca sostuvo que eso no explica la disminución del consumo: “Hay otras variables que hacen que, en sectores en los que en determinado momento la pasta base tuvo buena prensa, hoy no la tenga”.

Silva dijo a la diaria que “una de las cosas que caracterizan al mundo de un consumidor uruguayo de pasta base de 2002 a 2015 es que hay un fenómeno de territorialización muy fuerte; son gurises que tienen una especie de 'cordón umbilical' ampliado a cuatro, cinco cuadras de su casa, es algo guético”. Insistió en atender los perfiles vinculares y funcionales en contextos concretos: “¿Cómo funciona la pasta base en un usuario que inscribe su cotidianidad en Casavalle, y cómo en otro que habita en Carrasco? La sustancia es la misma, pero las dinámicas personales, familiares y sociales que genera son totalmente distintas, y hay que incorporar todo eso para no hacer un abordaje reduccionista”, planteó. “Hay contextos en los que el consumo no sólo no es un problema, sino que es la solución a problemas de la vida del usuario que son mucho más complejos. Por eso no consulta: para él su consumo le resuelve los problemas de la vida. Una prostituta a las tres de la mañana en Bulevar Artigas en pleno invierno no sólo no ve como un problema su consumo de cocaína: lo ve como una solución a otros problemas de la vida que tiene que resolver”, ejemplificó Silva.

“Alguien en abstinencia dice: 'Estoy mejor porque me estoy cuidando el cuerpo, la cabeza, los vínculos que tengo cerca; estoy mejor pero estoy peor', porque no se banca. Es con eso que hay que trabajar, porque es lo que está por debajo” de todo consumo, dijo Triaca. Silva aseguró que hay que apuntar al capital relacional vincular de la persona.