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Editorial: Drogas, legalización y tabú

Como dijo el presidente Santos, legalizar la droga no puede seguir siendo un vergonzante tabú.

    Los problemas que crea el narcotráfico son ya tan hondos y extendidos, que hasta el corazón de un certamen literario, como es el Festival Hay de Cartagena, ha llegado inesperadamente el debate sobre la legalización de la droga. El presidente Juan Manuel Santos aceptó allí que la actual política represiva es "una bicicleta estática" que exige muchos esfuerzos, pero no avanza, y se declaró partidario de despenalizar las drogas. Santos señaló que, para Colombia, es un asunto de seguridad nacional, "porque el narcotráfico alimenta y financia todos los grupos ilegales". No se trata, agregó, de no combatir el problema, sino de hacerlo en forma diferente a la que ha fracasado. Colombia, sin embargo, no puede cambiar la receta por sí y ante sí, dijo Santos, sino que es preciso que esa decisión obedezca a un acuerdo internacional.
    Que recordemos, es la propuesta más clara que haya formulado en esta materia un presidente en ejercicio de sus funciones. Lo secundaban varias voces convencidas del mismo remedio, como las del escritor mexicano Carlos Fuentes, quien ha abogado desde hace años por un cambio radical en la infructuosa guerra, y la del político centroamericano Sergio Ramírez, quien repitió: "La solución es despenalizar la droga. Hay que despenalizarla".
    Aun cuando el escenario en el que saltó el tema no correspondía estrictamente al mundo de las letras, pues se trataba de analizar las "ideas para un mundo en transición", la trascendencia de la propuesta y la importancia de los interlocutores convirtieron esta conversación entre políticos, periodistas y escritores en uno de los puntos principales del programa.
    No es, por supuesto, la primera vez que aflora semejante iniciativa en una alta asamblea. Pero casi siempre que se plantea lleva la firma de antiguos gobernantes, como Ramírez, que fue vicepresidente de Nicaragua. Hace unos meses, tres expresidentes latinoamericanos que forman parte de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia declararon que consideraban "ineficaz" la actual guerra contra los estupefacientes y defendieron la despenalización del consumo de marihuana. Se trataba del colombiano César Gaviria, el brasileño Fernando Henrique Cardoso y el mexicano Ernesto Zedillo.
    La declaración de Santos tiene el respaldo y el valor de su condición de presidente en activo. Cuenta, además, con el aval de la realidad histórica. La lucha represiva contra el narcotráfico ha dejado miles de muertos y unos niveles de corrupción indescriptibles, pese a lo cual no ha podido acabar con los promotores del criminal negocio.
    En Colombia permite que se financien la guerrilla, los paramilitares y los carteles de droga. En México, la más reciente cruzada contra los narcos deja ya 50.000 muertos. Centroamérica y algunas partes del Caribe están cercadas por las mafias. Afganistán, a pesar de la influencia y presencia de Estados Unidos en su territorio, produce el 93 por ciento del opio del mundo. Pakistán prohibió la amapola en 1979 y logró reducir durante algunos años la producción de opio, pero a partir del 2000 la situación política y la actividad de grupos terroristas dispararon los cultivos.
    Lo importante es que este primer paso que dio Santos no se quede allí. Los pueblos que padecen el narcotráfico tienen derecho a exigir que se estudien otras fórmulas para combatirlo. Hace falta llevar la audacia más allá de las palabras y crear un grupo de países que promuevan un debate internacional en la ONU sobre la despenalización de la droga. Como dijo el presidente colombiano, esta iniciativa no puede seguir siendo un vergonzante tabú.
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