Hoy está más claro que nunca que la llamada “guerra contra las drogas” ha fracasado. En los Estados Unidos el consumo reciente se ha mantenido estable, mientras que en otras partes del mundo, incluyendo a América Latina, ha aumentado de modo significativo. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), la producción potencial de cocaína no ha variado mucho en los últimos años. Mientras tanto, la amenaza del crimen organizado y la violencia asociada se incrementan incesantemente en toda la región.
Aun así, hay ciertos sectores que continúan fuertemente vinculados al presente enfoque y buscan evitar cualquier discusión sobre otras alternativas, temerosos de abrir una “caja de Pandora” que pudiera resultar en la terminación del apoyo de los Estados Unidos a la “guerra contra las drogas”. En el Perú, la sola advertencia de que la política de erradicación forzada necesita ser reconsiderada generó un torrente de críticas, no obstante la evidencia clara de que el cultivo de coca se ha incrementado sostenidamente a pesar de la erradicación sostenida.
El Gobierno de Ollanta Humala ha propuesto promover el desarrollo medioambientalmente sostenible en las regiones donde se cultiva la hoja de coca. Este enfoque está, de hecho, en línea con una creciente cantidad de evidencia que señala que la erradicación forzosa es contraproducente y que mejores resultados se pueden obtener por el camino del desarrollo económico.
Un nuevo enfoque
Una vasta mayoría de quienes cultivan hoja de coca son agricultores pobres y a pequeña escala, de modo que la rápida destrucción de una de sus principales fuentes de ingreso exacerba su pobreza y refuerza antes que disminuir su dependencia de este cultivo. Las regiones donde prospera el cultivo de la coca se caracterizan por la extrema pobreza, la falta de presencia del Estado, una limitada infraestructura física y escaso acceso a servicios básicos, a lo cual se suman a menudo diversos conflictos.
Los cultivos de coca complementan una actividad agrícola de subsistencia, y con frecuencia el ingreso proveniente de tales cultivos es la única fuente de dinero en efectivo para las familias. Si su cultivo comercial clave es destruido sin contar con otras alternativas económicas viables y establecidas, lo más probable es que vuelvan a cultivar coca o amapola. En estas circunstancias, la erradicación forzada impulsa el retorno a los cultivos ilícitos y la dispersión de éstos.
Estudios de Naciones Unidas han cuestionado directamente la efectividad de la erradicación forzosa. Una evaluación de la ONUDD concluyó que “hay escasa evidencia de que la erradicación reduzca el volumen de drogas [sic] cultivadas en el largo plazo —los cultivos de drogas se mudan, las tecnologías de producción evolucionan, y la producción total disminuye muy lentamente, si acaso decrece”—. Otro informe encontró “escasa evidencia de que la erradicación reduzca los cultivos ilícitos en el largo plazo”. Según el ex Director de la ONUDD: “La erradicación es muy costosa. Se gasta una ingente cantidad de dinero y se consigue muy poco”. Asimismo, el Banco Mundial señaló que, a menos que mecanismos de subsistencia alternativos “ya estén establecidos, la erradicación prematura puede alienar a las poblaciones afectadas y dañar el medio ambiente para el desarrollo rural”. Y la Unión Europea (UE) considera que “a menos que se cuente con medios de vida alternativos, [la erradicación forzada] podría socavar las soluciones sostenibles y de este modo frustrar el logro de sus metas”.
Un número creciente de investigaciones —documentadas por la Comisión Europea, la ONUDD, la FAO y el Gobierno de Alemania, entre otros— apuntan a una estrategia de “medios de vida alternativos” para reducir los cultivos de coca de manera sostenible. Este enfoque enfatiza en el mejoramiento de las condiciones de vida en la zona de cultivos y en las opciones económicas a disposición de los agricultores. Además de abordar las condiciones estructurales subyacentes que enfrentan los pequeños productores, también debe mejorarse su calidad de vida en general, incluyendo un mejor acceso a la atención de salud, educación y vivienda. Una adecuada secuencia constituye un principio fundamental de este enfoque, ya que los agricultores deben contar con fuentes de ingreso suficientes antes de cualquier reducción significativa de sus cultivos.
Tailandia: Un ejemplo de éxito
Tailandia es el país donde se considera que se ha implementado con más éxito un modelo de medios de vida alternativos que, virtualmente, eliminó el cultivo de adormidera como resultado de acciones integrales y participativas de desarrollo económico y esfuerzos para consolidar la nación, sostenidos a lo largo de un periodo de treinta años. El Gobierno tailandés invirtió significativos recursos en acciones de desarrollo rural, incluyendo grandes inversiones en infraestructura, salud, educación y otros servicios, así como en la consolidación institucional.
Como resultado de estos esfuerzos, se generaron constantes mejoras en la calidad de vida local, mayores oportunidades en nuevos mercados agrícolas y empleo fuera de la agricultura. Las acciones para la reducción de cultivos empezaron solo después de quince años y contaron con la colaboración de la población local. Los campesinos pudieron reducir gradualmente la producción de amapola en la medida en que se desarrollaron otras fuentes de ingreso. Con el paso del tiempo, la erradicación de amapola se redujo y luego prácticamente cesó del todo.
Una extensa evaluación de las acciones para la reducción del cultivo de amapola en Tailandia concluye que una de las principales lecciones aprendidas de la experiencia tailandesa fue la importancia del involucramiento de la comunidad local en todas las etapas del proceso de desarrollo y reducción de cultivos. Una de las muchas razones por las cuales la erradicación forzada resulta contraproducente es porque aliena a la propia población cuyo apoyo y participación se requiere para el éxito de las acciones de desarrollo. Sin embargo, una significativa participación de la comunidad es una piedra angular de cualquier programa efectivo de esta naturaleza.
De ahí que represente una gran ventaja que el nuevo presidente de DEVIDA, Ricardo Soberón, conozca las zonas cocaleras; además, tiene amplio conocimiento de la estrategia de “medios de vida alternativos”. Como resultado de un proceso que comenzó hace varios años, los gobiernos de Tailandia y el Perú están liderando un esfuerzo de las Naciones Unidas para desarrollar un nuevo conjunto de principios-guía orientados hacia el desarrollo y, así, reducir los cultivos que terminen en el mercado ilícito. El Gobierno del Perú tiene el potencial para ejercer un rol de liderazgo en el desarrollo de un enfoque más efectivo para la reducción en la producción de cultivos de coca — uno que podría ayudar a mejorar la calidad de vida de algunos de los sectores más pobres y marginales de la sociedad.