Drogas: los sofismas del procurador
Si queremos una discusión razonable sobre el complejo tema de las drogas debemos abandonar insinuaciones tendenciosas
El procurador, al oponerse a la propuesta de las Farc de legalizar los cultivos ilícitos, repitió nuevamente su tesis de que detrás de la legalización de las drogas están las empresas financieras y farmacéuticas que buscan apropiarse de ese rentable mercado ilícito de US$400.000 millones.
El procurador pretende así deslegitimar cualquier discusión del prohibicionismo, sugiriendo que quienes hemos planteado la legalización regulada (que no libre mercado) de las hoy drogas ilícitas, lo hacemos porque estamos al servicio de los grupos financieros o las farmacéuticas. O que al menos somos idiotas útiles funcionales a esos intereses.
Este argumento del procurador es realmente alucinante, pues se funda en la tesis, a todas luces falsa, de que los hoy muy rentables y enormes mercados de la cocaína o la heroína seguirían teniendo esa rentabilidad y magnitud incluso si esas drogas son legalizadas. Pero eso no es así; cualquier estudio económico muestra que el margen extraordinario de ganancia en esos mercados deriva exclusivamente de la prohibición, pues técnicamente la producción y el comercio de la marihuana o la cocaína son muy simples. Si esas sustancias fueran legalizadas, ese mercado se volvería poco rentable y de un tamaño modesto, un poco como el de la papa o la uchuva. Nada que realmente suscite las ambiciones desmedidas de las farmacéuticas o de los bancos.
Pero, además, el argumento del procurador es un típico “sofisma dilatorio de injuria personal”, según la clasificación de Bentham en su Tratado de los sofismas políticos. Este sofisma, que es una variante de la falacia ad hominem, consiste en que uno evita la discusión de fondo de una propuesta convirtiéndola en un debate sobre la persona que hizo la propuesta, a la cual uno le atribuye motivos innobles o vinculaciones sospechosas. La lógica implícita es que si el autor de la propuesta tiene motivos viles o malas compañías, entonces la propuesta es obligatoriamente mala. Pero eso es un sofisma, pues la bondad de una persona y la bondad de una propuesta son dos asuntos distintos y sin relación alguna: una propuesta buena no se vuelve mala porque haya sido hecha por malas personas, como tampoco una propuesta mala se vuelve buena porque haya sido hecha por alguien probo.
Incluso si fuera cierto que las farmacéuticas estuvieran promoviendo la legalización de las drogas para apropiarse de ese mercado (lo cual es falso), eso no haría que la propuesta de legalización fuera en sí misma mala. Igualmente, incluso si el Dalai Lama o el papa, o la persona más virtuosa del mundo, estuviera promoviendo la legalización, eso no haría que la propuesta fuera en sí misma buena.
Si queremos una discusión razonable sobre el complejo tema de las drogas, entonces debemos abandonar estos sofismas e insinuaciones tendenciosas sobre las motivaciones de quienes hacen distintas propuestas. Así podríamos centrarnos en debatir de fondo, sin sofismas dilatorios, el valor intrínseco de las alternativas.
Rodrigo Uprimny es el director de DeJusticia y profesor de la Universidad Nacional. Este opinión fue publicado origenalmente por El Espectador.